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martes, 10 de mayo de 2011

“La inmigración Haitiana”


El impacto cultural de esta matanza será la creación de una falsa identidad dominicana, basada en una diferenciación con el haitiano, en la negación de lo africano, en la afirmación de lo hispano y una absurda identidad, en la creación del mito.

Desde principios del siglo XX, Republica Dominicana ha sido centro de atracción de intensos movimientos inmigratorios (judíos, árabes, españoles, puertorriqueños, orientales, haitianos, italianos, entre otros), siendo el grupo haitiano el más numeroso a lo largo de toda la historia.

Los principales movimientos de inmigrantes haitianos que han tenido un impacto en la frontera se han dado en dos grandes etapas.

El primero de estos se produce del 1920 al 1937 con el establecimiento de poblaciones agrícolas y de comerciantes en la zona fronteriza.

El segundo, después de un prolongado paréntesis, se desarrolla a partir de la década de los ochenta, con su presencia masiva en la agricultura, las construcciones urbanas y la apertura en 1992 de los mercados fronterizos de lunes y viernes.

1920-1937: primeros establecimientos estacionarios de poblaciones agrícolas y de comerciantes haitianos en la frontera.

Los primeros establecimientos de poblaciones haitianas en la frontera estuvieron precedidos por movimientos inmigratorios de la mano de obra haitiana traída bajo el esquema de la economía de plantaciones agrícolas establecidas por Estado Unidos a raíz de las invasiones a Haití (1915) y República Dominicana (1916). Estas primeras inmigraciones pueden definirse como pensadas, inducidas u organizadas. El país se convirtió en mercado azucarero preferencial de los Estados Unidos y Haití como proporcionador de la mano de obra barata para la producción del azúcar de caña. Estos movimientos pasaban por la frontera, pero no se establecían en masa en ella.

Sin embargo, a finales de la década de los años veinte y principios de los treinta del siglo XIX pasado, comienza a producirse una inmigración espontánea de trabajadores agrícolas haitianos, impulsados por la búsqueda de tierras buenas para el cultivo y el comercio. Es el primer movimiento inmigratorio estacionario que impacta culturalmente a la frontera, el cual tendrá como desenlace la matanza del 1937 dirigida a delimitar y ordenar la división fronteriza, a tener un mayor control de las tierras y de las inmigraciones haitianas y a crear las bases de la ideología del neo-trujillismo.

El impacto cultural de esta matanza será la creación de una falsa identidad dominicana, basada en una diferenciación con el haitiano, en la negación de lo africano, en la afirmación de lo hispano y una absurda identidad, en la creación del mito.

El enemigo: la amenaza de la invasión y de una supuesta pérdida de los valores católico-cristianos en la frontera.

1980-2001: nuevos movimientos masivos para el trabajo en agricultura, la construcción urbana y apertura del mercado.

La caída de los precios internacionales del azúcar de caña y el establecimiento de una economía de servicios en la República Dominicana a principios de los ochenta, demandarán una reorientación del uso de la mano de obra haitiana, sin embargo, cabe señalar que a mediado de la década de los setenta se habían reiniciado movimientos inmigratorios de haitianos hacia áreas agrícolas tradicionales, tales como arroz, café, cacao, pero todavía estos serían en cantidades inferiores a los trabajadores azucareros. Es a principios de los ochenta cuando la zona fronteriza se convierte en escenario privilegiado para la absorción de mano de obra agrícola haitiana, generándose nuevos establecimientos de jornaleros y de comerciante de esa nacionalidad.

Estos movimientos se caracterizarán por su espontaneidad y organización simultáneas, de los cuales, los más intensos y dinámicos serán de naturaleza circular transfronteriza, donde la mayoría de los haitianos vienen durante el día a trabajar a las fincas agrícolas y hacer negocios, especialmente los días de apertura de los mercados, regresando en la noche a sus viviendas en Haití.

Este carácter circular no estacionario de las migraciones haitianas no implica la ausencia de intercambios entre las poblaciones de ambas naciones, todo lo contrario, las relaciones transfronterizas generadas por los mercados y la agricultura son intensas, impactando de alguna manera la configuración del espacio.

A lo largo de la historia, estos dos grandes movimientos inmigratorios son los que más han condicionado el surgimiento de un secretismo cultural en las comunidades fronterizas dominicanas, haciendo de la frontera un espacio culturalmente singular. Los mismos no solo implicarán un cambio en la dinámica económica de la región, sino también espacial, social y cultural.

En término del impacto en la redefinición espacial, algunas comunidades han experimentado modificaciones en su conformación demográfica, especialmente en Dajabón, por la emigración de sus habitantes originarios, dejando áreas libres para el establecimiento de poblaciones haitianas que ofrecen su mano de obra en las fincas agrícolas.

Esta realidad es escenario para que se configuren identidades culturales con características sincréticas objetivas, asumidas con una subjetividad dual y ambigua.

La primera de esta identidad es la de los dominico-haitianos, subcultura que no es ni haitiana ni dominicana. Es una integración recreada de las influencias culturales haitianas y dominicanas, en la cual se asimila y recrea la africanidad por doble vía.

El dominico-haitiano es el grupo étnico más grandes en el país, con una identidad singular, despreciada por la sociedad y en ocasiones auto despreciada por ellos mismos. Esto último es comprensible, porque el dominico-haitiano, nace en un contexto de adaptación presión del medio ambiente y a un estado de aislamiento por su doble condicionalidad.

El otro grupo es el de los dominicanos que, conservando sus raíces e identidades dominicanas, han asimilado aporte de la cultura haitiana. Este universo cultural se manifiesta de manera contradictoria, dado que asume lo haitiano como realidad, pero a la vez gran parte de esta herencia, la valora con los prejuicios heredados del etnocentrismo de raíces colonial y trujillista.

Los movimientos inmigratorios de haitianos en la frontera en las últimas décadas son naturales, pese a esta dualidad, los pueblos de la frontera están aprendiendo que sin el haitiano y su presencia en el mercado y la agricultura no pueden sobrevivir. Han reconstruido nuevos mundos culturales, manteniendo sus raíces e integrando y reinterpretando otros valores, ritos, símbolos, hábitos y formas de organización social de la cultura haitiana.

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